Decía el Rey del primer planeta del Principito que “la autoridad se basa en la razón”… en un mundo cabal, sí. Cuando se vive en un esperpento legislativo, político y judicial, obviamente no. Incluso se ha conseguido que la Ley de la Amnistía, aun quebrantando la igualdad entre españoles, parezca no importarle a casi nadie. Entre copa y caña en cualquier barra solo escucho: «ponme otra», «hablemos de otra cosa». Y es que sí, hablemos de los proyectos que tenemos entre manos, de cómo encontramos impulso en nuestros compañeros queridos y nuestros amigos. En la familia, por supuesto.
Y es porque cada vez me importan más cosas como los verdaderos lujos, que son el tiempo para hacer lo que me guste con quien me guste, la salud para disfrutar de las cosas y los seres queridos y la paz interior para estar tranquila. Cada vez me siento más identificada con la idea de dar y de servir y más alejada de una de las máximas de Cicerón: “la guerra debe emprenderse de tal manera que parezca que solo se busca la paz”. Es regla serlo y también parecerlo, todo lo demás es frontera con el contubernio. Me inspira más arreglar lo que se ha roto que iniciar enfrentamientos. Y para ser justos, a Cicerón le ocurría lo mismo “prefiero la paz más inicua a la más justa de las guerras”. Sí, la perversidad puede modelarse pero la destrucción masiva, si acaso superarse.
Me doy cuenta de la cantidad de personas extraordinarias que me rodean porque trabajan en cosas que nadie puede quitarles, y descubrir que esa es su gasolina me motiva sorprendentemente. Son personas que trabajan en sus conocimientos, su personalidad, sus hábitos y su carácter. Me apunto desde este momento.
Me apunto a cambiar los actos para obtener resultados distintos. Es una promesa hecha en público y desde este púlpito, puedo ver que no habrá escarnio.
Pidan otra para recordar que el Rey es el Jefe del Estado, símbolo de unidad y permanencia, árbitro y moderador del funcionamiento regular de las instituciones después de haber jurado “desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas” (Artículos51.1 y 61.1 de la Constitución española)
Y ahora sí, ponme dos más, porque haciendo desparecer tantas fiestas nos están desbaratando todo el santoral y desarreglar las cosas me lleva a los cónclaves de Roma, conspiraciones que encierran el saber de los tiempos, tácticas y estrategias nunca abandonadas hasta nuestros días. Hubo uno, cerca del año 218 a. C. en una colina a las afueras de Roma en que se reunieron a espaldas del Senado, Fabio Máximo; su hijo, Quinto Fabio; Varrón, Nerón y Catón niño un poco apartado. Con los ojos muy abiertos, forjando carácter y criterio, Fabio Máximo les había reunido porque se acercaba la guerra, lo que se acercaba era Aníbal, no habiendo sido detenido por Escipión padre, en Hispania, a través de los Alpes y querían construir una estrategia propia a espaldas del Senado, querían acabar las batallas empezadas con los Escipiones, llevarse la gloria en última línea de batalla para gobernar Roma, el Imperio Romano y cuando Nerón preguntó cómo iban a conseguirlo, Fabio Máximo, respondió sin vacilar: “con el miedo”.
Varrón se cuestionaba cómo solo con miedo iban a manejar al Senado y al pueblo, y por fin Fabio Máximo se decidió a explicar su estrategia: “con el miedo se pueden conseguir muchas cosas, se puede conseguir todo, el miedo en la gente, hábilmente gestionado puede darte el poder absoluto. La gente con miedo se deja conducir dócilmente. Lo diré con tremenda claridad, aunque parezca que hablo de traición; necesitamos muertos, muertos romanos, un gran desastre que confunda a la gente del pueblo, del Senado y nosotros en ese momento emergeremos para salvar Roma” (S. Posteguillo en Africanus) .
No quiero ser la mejor, quiero seguir mejorando. ¿Qué prefieren ustedes?
Amelia Fernández-Pacheco